viernes, 27 de marzo de 2009

“Watchmen” y “El Curioso Caso de Benjamín Button”: Simetrías, opuestos y réplicas.

La vida es extraña. La mía en particular está marcada por increíbles coincidencias e infortunios de todo tipo. En demasiadas ocasiones he sido testigo de lo increíble, de lo matemáticamente improbable hasta el punto de llegar a dudar acerca de la existencia de poderes que se hallan más allá de lo tangible. Poderes a los que a buen seguro no caigo muy bien. Yo: un ateo irreductible, un descreído materialista, dudo de todo cuando presencio aquello que el Doctor Manhattan (Watchmen, 1987) llama “milagros termodinámicos”: “acontecimientos tan improbables que son efectivamente imposibles. (…) La cúspide de la improbabilidad”. Ambos dudamos. Ambos sufrimos crisis en nuestra fe empírica al presenciar esos milagros.

Esta es una historia sobre la improbabilidad. Creedla o no. No puedo ser más sincero.

Hace unos días pude ir, al fin, a ver “Watchmen” y “The Curious Case of Benjamín Button": Dos películas que deseaba ver en pantalla grande por distintos motivos.

La pantalla de cine es el espejo que atravesó Alicia. Es la puerta hacia el otro lado, hacia el mundo irreal, el mundo de ficción. En el cine, cruzo al universo que más me satisface: el irreal. La realidad no tiene ningún interés para mí. Ya he visto bastante para saber que no tengo nada que ver ni hacer en ella. Por eso vivo rodeado de ficción en todas sus formas. Sueños en definitiva.

El fin de semana anterior a las proyecciones, estando alejado del tumulto de la urbe, he tenido dos extraños sueños. No suelo recordar lo que he soñado al despertar pero al variar mis hábitos de descanso durante mis días libres terminé por recordar aquello que desaparece de un plumazo con el irritante sonido del despertador. Sueños que guardan senda relación con los dos films a tratar.

Todavía no puedo creer la fortuna (no completa, al no estar alguien con quien debía estar) que tuve cuando el multicine al que acudí tuvo a bien proyectar, para mi solo, ambas películas en una improbable sesión doble en dos salas parejas. Primero en una, y luego en su paralela, como si de un reflejo se tratara: la misma sala con la misma persona sentada en el mismo lugar.
Si de algo puede presumir la obra magna de Alan Moore (no acreditado en el film del mismo título) es de su elaboradísima estructura simétrica. Como si de una mariposa de tratara, los capítulos del cómic de “Watchmen” pueden plegarse uno sobre otro en perfecta compensación simétrica. Exactamente como mi experiencia en aquel momento.


Watchmen” y “Button” son la historia de un reloj. En la primera, es un reloj que avanza inexorable hacia la media noche que marca el holocausto final. Una “countdown to meltdown” que tiene su reflejo opuesto en el reloj que abre el film de Fincher.

Button” comienza con la historia de un relojero ciego, que tras perder a su hijo en la guerra, cambia el sentido de las manillas del enorme reloj que ha construido para una estación de tren. Que el tiempo marche hacia atrás para que todos podamos recuperar a nuestros hijos, esposos o padres caídos en la batalla. De este modo, “Button” se convierte en la historia de un hombre cuyo reloj biológico va al revés, rejuveneciendo en lugar de envejeciendo tras nacer con la salud de un hombre de ochenta años.
Las pantallas de ambas salas reflejan sendos relojes, cada uno girando hacia lados opuestos. Cada uno, marcando el camino hacia dos destinos ¿inevitables?.
Mientras que el relojero del film de Fincher es un hombre maduro, que abandona su trabajo tras la creación de su última y más simbólica obra, el joven Jon Osterman (el Dr Manhattan de “Watchmen”), trata de seguir los pasos de su padre reparando relojes hasta que este le prohíbe seguir el oficio, a tenor de cómo se percibía el futuro en 1945. “Lo que el mundo necesita es la ciencia atómica… y no relojes de bolsillo (…) Si el tiempo no es real ¿qué será de los relojes? Mi profesión es algo del pasado. Mi hijo debe tener un futuro”.
En mi caso, la relojería fue algo impuesto por mi progenitor. Él fue quien me enseñó a reparar relojes y quien me comprometió a aceptar un trabajo del que me costó años escapar. De hecho, todavía hoy temo verme en la necesidad de recurrir a la relojería como medio de sustento. Hay que vivir lo que yo he vivido para entender hasta que punto temo un futuro relacionado con manecillas y rotores. Como imaginarán, servidor nunca lleva un reloj encima.

Manhattan prosigue en su monólogo interior: “¿Quién crea el mundo? ¿Es el universo un reloj sin relojero?”. O lo que es lo mismo: ¿Somos dueños de nuestro destino?
En ambas historias encontramos paradojas sobre el destino, efectos mariposa de inesperados y trágicos finales. ¿Somos víctimas del azar? ¿Hay un destino inamovible para cada uno?
Button lo tiene claro: nunca asumas ningún pronóstico, nunca sabes lo que Dios te tiene preparado. Para él si hay un destino, pero no está en su mano ni en la de nadie así que uno debe vivir siempre guiado por su corazón, sin pensar en predicciones ni supuestos.
Para el Doctor Manhattan la cuestión es mucho más compleja. Para los que no conozcan su historia, les diré que es un “hombre” prácticamente omnipotente, un dios para muchos, capaz de vivir en todos los momentos de la línea de tiempo a la vez. Para él, términos como pasado y futuro son lo mismo. Como el pasado, el futuro ya ha ocurrido. El problema surge cuando algo impide ver al “superhombre” el futuro más cercano. Algo o alguien no quiere que Manhattan sepa lo que va a sucederle pronto a la humanidad.
En mi caso podría acuñar el lema punk del “no future”. Si existe un destino desde luego no apunta hacia nada bueno. Si tengo futuro, prefiero no saberlo. Mirad sino a uno de los mejores personajes de “Watchmen”, El Comediante. Un hombre que cree saberlo todo sobre la sinrazón humana hasta que una visión del futuro próximo termina por destruir su espíritu. Al menos, tanto él como yo ya sabemos que TODO es una broma, una enorme broma. ¿Una broma sin gracia? Nosotros reiremos en cualquier caso.

¿Y los sueños? ¿Pueden nuestros sueños ser una ventana al futuro? Es más que posible. No porque adelanten acontecimientos, sino porque ellos saben lo que queremos hacer antes de que nosotros mismos lo sepamos. Soñamos con lo que más tememos y también con lo que más deseamos.
En “Watchmen”, Búho Nocturno tiene un sueño premonitorio donde se despoja de su “máscara de carne” para amar sin tapujos a Espectro de Seda, ambos envueltos en sus trajes de cuero y látex, sus auténticas pieles. El éxtasis del beso llega al caer una bomba nuclear, desatando el temido holocausto final.
En mi primer sueño, una chica me hacía una pregunta y yo le mentía. Me mentía a mi mismo en realidad. ¿Me preguntará alguna vez esa chica si la quiero o no? Realmente lo dudo. Como la mayoría de las mujeres que han pasado por mi vida, nunca sabrá si la amé. En este caso concreto, la pregunta me la estoy haciendo a mi mismo: ¿me estoy enamorando de esa persona? Qué más da. Eso es algo que no cambiará el futuro.


En mi segundo sueño, cogía en brazos a un recién nacido. Un bebe que no era otro sino uno de mis maestros. Viejo y joven al mismo tiempo.

No voy a especular ahora sobre el sueño citando a Freud o Jodorowsky (que curiosamente firmaba ayer ejemplares de su manual de psicomagia en Madrid). Tan sólo pienso en el paso del tiempo y de cómo nos afecta. Pienso en la relatividad del tiempo y de la edad. En este momento, servidor ya no es joven pero tampoco mayor. Ya no soy un adolescente pero tampoco un hombre.
Benjamín Button era alguien cuya apariencia exterior era todo lo contrario a su sentir interior. Por su parte, el Doctor Manhattan es un ¿hombre? que no envejece, aparentando 30 años eternamente, pero sin sentirse identificado con ninguna edad.
Servidor, como el resto de los mortales, salió de ese cine más viejo de como entró. Y en silencio, bajando por las largas escaleras de metal, me preguntaba si alguna vez daré las gracias por mi destino. Si volveré a ver a ese maestro, o sabré qué responder a la pregunta de esa chica.

-“Nada termina nunca
Watchmen

- Nada dura eternamente.
- Hay cosas que sí.”
The Curious Case of Benjamín Button

6 comentarios:

Doctor Proctor dijo...

Buff, que sensación de angustia existencial me ha dejado esta entrada, me recuerda al donde irán los cuentos que nunca se escribieron o a donde los besos que nunca damos... pero es una maravilla leer cosas así, no me malinterprete.

Esperemos que esta sensación no se propague a nuestros lectores habituales y acabe usted causando aperturas masivas de venas, que tenemos muy pocos...

Mauro Picotto dijo...

No se, a mi me ha resultado excelente, lo he leido, a hurtadillas antes de ser publicado y me he quedado un rato pensando, con la mente como en blanco. Al escribir esto ha debido de rasgar la fina tela del espacio-tiempo o provocado un agujero negro en algun recóndito lugar de la galaxia, porque ¡menuda intensidad!

¡Bravo!, Lengua Negra.

Anónimo dijo...

Y digo yo que paso a creerme todo.Es que no he visto ninguna de las dos ni tengo intención de hacerlo, así qué......simétricas, opuestas y con réplica....
Y soy más de probabilidades que de improbabilidades, aunque si me paro a pensarlo, existen el mismo porcentaje de unas que de otras , no?

Dios, necesito un café.......

missmostoles dijo...

¿Es posible que vea este blog como tuneao o tengo que ponerme (sí, confieso) mis gafas de pasta para entrar al bunker?
Estáis invitados a BCN cuando queráis y si hay que jugar una play, pues se juega. Pero eso sí, yo me bajo al bar ;)

Lengua Negra dijo...

Que yo sepa, en el bunker somos mucho más de Bar que de Play.
El término medio ideal es un bar grasiento con una recreativa de "la época" con su Snow Brothers, su Toki o su Metal Slug de rigor. Mu rico.

Doctor Proctor dijo...

Pero muchísimo más. Y razón tiene, mejor bar grasiento con su respectiva recreativa que play en casa.