jueves, 22 de octubre de 2009

Homenaje Burguero

Hay momentos, personas y lugares que marcan un antes y un después en la vida de una persona. Para los miembros del Bunker (y para algún allegado más), lo fue el día que conocimos a un gran restaurador. Un hombre cuya vida giraba en torno a su negocio, un pequeño bar situado en la planta alta de un centro comercial, enclavado a su vez en un municipio de las afueras de Madrid, y cuyas enseñanzas nos calaron tan hondo que, todavía afectados por habernos enterado que ha traspasado su negocio, nos hemos decidido a dedicarle un sentido homenaje.

Un homenaje que hacía mucho tiempo que deberíamos haber hecho, pero que fuimos retrasando cada vez más hasta hoy, día en que las (tristes) circunstancias nos lo exigen. Y es que el nombre de nuestro homenajeado merece escribirse con letras de oro junto al de otros dioses de la restauración madrileña, como el del camarero octogenario de “La Pepita”, el del famoso “Guarro” de Vallecas, el cocinero del “Boñar de León” o el del pub malasañero regentado por la mediática Margarita Seisdedos, homenajes que quizá dejemos para más adelante. Pero vamos a centrarnos, porque este homenaje es para ti, A.P.O. (prefiere permanecer en el anonimato), donde quiera que estés. He de advertirles de que lo que van a leer a partir de aquí no es una recreación ni una invención, son los hechos que vivimos aquella noche reconstruidos paso por paso para su gozo y deleite. Que ustedes lo disfruten.

Imborrable permanece en nuestras mentes esa noche de abril en la que salíamos, bastante tarde por cierto, de degustar una sesión de música que unos buenos amigos nos ofrecieron en su sala de ensayo. En el exterior del local la noche era especialmente agradable, y mientras comentábamos aspectos relacionados con la música, la filosofía de Kierkegaard, la belleza femenina y los Gormitis, nos dimos cuenta de que el hambre apretaba de forma acuciante nuestras rugientes entrañas, y decidimos partir en busca de manjares que calmaran nuestro voraz apetito. Tras mucho deambular por nuestro querido municipio, no encontramos ningún lugar abierto en el que darnos un buen atracón, debido en parte a lo tarde que era ya y a que esa noche era víspera de festivo. Pero después de mucho vagabundear y probar suerte en los distintos antros del lugar, por fin dimos con un establecimiento, casi por casualidad, en el que se abría ante nuestros ojos una carta repleta de exquisiteces con los que acallar nuestras rugientes panzas. Entre esta variada colección de vituallas había concretamente dos de los platos que mejor sabe apreciar el estomago masculino: Pizzas y hamburguesas, con lo cual decidimos preguntar al caballero que regentaba el local sobre la conveniencia de la hora y disponibilidad de la cocina.

El tipo, un hombre robusto y de imponente bigote nos sonrió y nos contestó “pues claro, la cocina todavía está abierta, y más para unos chavalotes como vosotros, que ya habías venido por aquí antes ¿Verdad?”, a lo que sólo pudimos contestar con unos tímidos (y falsos) cabeceos afirmativos(1). El caso es que el caballero nos dejó allí cavilando sobre nuestra cena mientras atendía a unos chavales que tenía en una de las mesas del bar, cuando antes de poder siquiera cruzar una palabra entre nosotros, regresó y nos ofreció la especialidad de la casa: los ¡¡CRUJI COQUES!! (Rebautizados de forma casi inmediata como pizzacrokers, crujipizzas y de mil y una formas más que ahora no recuerdo). Sus palabras textuales fueron: “Los cruji coques son como las pizzas, pero no son fláccidas (bueno, seguro que no usó estas palabras exactas pero así nos entendemos), cuando tú coges una porción de pizza, se queda así (hace un gesto de flaccidez con la mano). Cuando coges un cruji coque, se queda así (hace un gesto que implica rigidez o potencia sexual, aun no hemos alcanzado un consenso claro sobre este particular). Y tengo un montón de variedades, crujiyork, crujiquesos, crujicarbonara, atun crec, crujirodeo..." (pronúnciese como si se sufriese una reducción severa de las capacidades cognitivas) Es una franquicia que sólo tengo yo en Madrid.” Como ustedes comprenderán, las miradas entre nosotros se transmutaron de la curiosidad al asombro, pero lo bueno comenzó en ese momento.
Tras la disertación sobre los panes y los peces… digo, sobre las pizzas y los crujis, el señor A.P.O. nos invitó a sentarnos mientras iba a por una libreta en la que apuntar nuestro pedido. Según regresó, pedimos tres cervezas, una con limón y una coca-cola. Miradas raras de A.P.O. para los que no pidieron cerveza sola... creo que llegó a murmurar algo así como “Maricones”, pero no me hagan caso.

Cruji-2 en la noche

Al pedir los cruji coques, que según él tenía de cualquier variedad posible, nos suelta que sólo le quedan los de jamón york y los rodeo(2). Bueno, aceptamos barco y seguimos pidiendo. Cuatro hamburguesas y una con huevo, a lo que el bueno de A.P.O. espeta “¿Con huevo? Vamos, no me jodas, si quieres un huevo pasas y te lo haces tú, que es la 1 de la mañana”, comentario que todos celebramos con sonoras carcajadas (excepto nuestro perplejo amigo, el de la coca-cola) y con miradas de asombro entre nosotros.

Por supuesto, ese no sería el último varapalo emocional para nuestro amigo adicto a las bebidas gaseosas de color oscuro, ya que al poco de tomar nota de nuestras peticiones, el bueno de A.P.O. aparece con nuestras bebidas: “Tres cervezas y una con limón. Ahora te traigo tu coca-cola”. Se marcha y vuelve a aparecer con un gran vaso del refrescante elemento en sus manos el cual agita con ganas ayudándose de una pajita de plástico. Al llegar a nuestra altura le suelta a nuestro amigo: “Muévelo, que lo arrugado está abajo”. A día de hoy todavía estamos intentando saber a que extraño ritual de alquimismo medieval se refería tan críptico comentario. Incluso nos hemos planteado escribir una tesis sobre el tema…

Total, que mientras comentábamos en voz baja sobre el extraño dueño del bar y las salidas que tenía, le vemos aparecer por el rabillo del ojo con un objeto rojizo en la mano. El susodicho se planta delante de nosotros y nos dice: “No me queda carne de hamburguesa nada más que para tres, las otras dos os las voy a hacer con esto, que es carne de ternera de la buena. Esto está de puta madre, tocad, tocad” Y nos muestra el objeto rojizo, que no es otra cosa que el filete. “Yo los hago y al que le toque ha triunfado”, dice el muy afable. Miradas de terror entre nosotros.

Y claro, a partir de esta ruleta rusa del filete ruso, las risas nerviosas se suceden cada vez que vemos al bueno de A.P.O. moverse hacia nosotros, puesto que las barrabasadas y locuras que nos va soltando crecen a un ritmo alarmante según va tomando confianza. Uno de nosotros le pregunta si se puede fumar, a lo que él contesta: “Aquí se pueden fumar porros, tabaco, meterse rayas.... Si a los guardas de aquí [del centro comercial] les tengo compraos. Eso sí, si veis que sube, esconded el cigarro.” Sudores fríos me corren por la espalda al escribir esto…

Cuando apareció la comida nos dispusimos a dar buena cuenta de ella, no sin antes recibir un consejo de A.P.O.Si queréis mayonesa, vais a aquella nevera de allí y la cogéis” y una clase de magistral de corte de pizzacrockers con el martillo de Thor que traen incorporado.

¡¡Uaaaaaaaaaargh!!

La cena prosiguió entre los jocosos y extraños comentarios de nuestro cicerone, el cual nos invitó a ir cuando quisiéramos a su bar, tentándonos para ello con hacernos unas deliciosas gachas a la manera de su Cuenca natal para tomar en compañía de su hija de 20 años. Nos dijo literalmente “Aquí vosotros me llamáis antes y me decís: A ver esas gachas que decías. Y yo os las hago. O si no, compráis un día comida abajo [en un supermercado situado en la planta baja del centro comercial], me la traéis y yo os hago lo que queráis. Y unas gachas.” A lo que solo pudimos responder pidiendo más cervezas. Estas cosas hay que regarlas con cerveza, que sino no se digieren bien. El caso es que A.P.O. nos debió coger cariño y ver cara de buenos chicos o de interés, porque empezó a contarnos una batallita tras otra, como las que les voy a describir a continuación:

Una noche bajé [del bar] a tirar la basura y me encontré con unos chavales que vienen por aquí. El caso es que nos pusimos a hablar y me ofrecieron de fumar, ya sabéis. El caso es que apareció la policía y nos pidió la documentación y nos retuvo un rato.” Pero A.P.O., que es un tipo de naturaleza aguerrida les dijo que si se podía ir ya, que si no estaba detenido no sabía que hacía allí. La policía no sabía que decirle y el dijo que se iba a tirar la basura, que no aguantaba más. Entonces, y ante la negativa policial, nos dice que coge el teléfono, llama a su mujer y le dice “Llama al abogado (ininteligible), que me están tocando los huevos unos polis.” Toma ya, porque yo lo valgo. Ante esto, los agentes de la ley respondieron acojonados (de nuevo según él) que se podía ir. Después nos dice: “La policía a mí ni me toca. Les digo que llamen por teléfono al brigada (ininteligible)... y no veas que cara ponen.” El caso es que después le debieron pedir que abriese el local y él contestó “Qué no abro la puerta, que ya he cerrado el local. ¡Si quieres la abres tú, qué luego eres capaz de meterme un puro por abrir fuera de mi horario!” Según creemos, los policías debieron desistir y él gritó: “El local es mío y si quiero me meto, cierro y me hago una paja dentro.(3) Ahí es nada.

Porque los policías de aquí son unos maricones”, continuó nuestro ahora amigo A.P.O.Una noche hice una cena para la policía de aquí y me ayudó mi hija.” Parece ser que uno de los maderos le echó el ojo a la hija, cosa poco recomendable para nadie teniendo en cuenta el tipo de suegro que le iba a caer. Poco recomendable incluso en el caso de un polvo pasajero que a tenor de nuestras sospechas, debe equivaler a meterse en problemas de manera instantánea. La ingenua y calenturienta víctima, se acerca con la idea de un rato distraído y termina sin darse ni cuenta enmarronado hasta el cuello en sabe dios que chanchullos narco-hosteleros.

Mientras nos cuenta estas historias, un hombre salido del bar de al lado, con una pinta un poco extraña, la faz desencajada, pálido, con un algo blanco que le manchaba la nariz y con unos andares extraños intenta llevarse a A.P.O. con el uso de la insistente muletilla “Oye, ¿Unos dardos?” A lo que A.P.O. contesta que no, que está hablando con unos colegas (nosotros mismos, claro está)

Unos colegas a los que no tardó en ofrecer el licor de pueblo que todo buen gañán tiene en su casa para impresionar a las visitas. Licor que no sólo sirvió para terminar de digerir las hamburguesas y las pizza-croquers sino para acrecentar todavía más la verborrea del mesero protagonista con perlas domésticas como “Yo en casa soy muy fiel pero luego cuando estoy por ahí...” o “A mi hija no le gusta que ande con otra mujeres pero un día que me perdió de vista agarré a la (inteligible) y me la follé a escondidas.

El caso es que, con mucha pena en nuestros corazones, la hora de la despedida llegó, pero A.P.O., que es un negociante avispado donde los haya, nos dio una tarjeta y nos dijo: “Este es mi (auténtico) negocio. Lo que pasa es que me enrolé con un amigo en el local este y me dejó tirado.” La tarjeta era de una empresa de reformas que Lengua Negra aun guarda como oro en paño. Claro está, nos dijo que le llamásemos cuando quisiéramos, sobre todo para probar las famosas gachas. Nosotros nos despedimos de él con el estomago lleno, con lágrimas en los ojos y con la sensación de haber vivido una noche mágica. Extraña, sí, pero mágica también.

Allá donde esté, seguro que nuestro lambrusco amigo sigue repartiendo estopa y siendo el alma de la fiesta emborrachando a sus cuñaos, metiéndole pufos a sus conocidos, hipotecando la casa por quinta vez, arruinándole el banquete de boda a su hija o preparando unos buenos tiros, de dardos, para sus amigotes.

Burgueros saludos.

Nuestra propia franquicia, inspirada en
las pizza mongers


(1) Según la teoría de Lengua Negra, destilada después de ver un maratón de películas de David Lynch, nuestro amigo el mesero que nos conocía de antes, en una suerte de déjà vu transdimensional al que sólo supraseres como él tienen acceso consciente.

(2) En una segunda visita descubrimos que sólo tenía esas dos variantes de todo el catálogo.

(3) Todo un detalle esta última frase teniendo en cuenta que estábamos cenando en ese momento. Como supondrán, nadie pidió mayonesa.

8 comentarios:

Lengua Negra dijo...

"A.P.": si nos estás escuchando, ¡vuelve! ¡Te echamos de menos!

Unknown dijo...

Grande A.P. Yo estuve en la noche 2.0 y aunque no fue tan grande también fue enorme.

Por cierto, yo también tengo la tarjeta de A.P.

Mauro Picotto dijo...

ya la segunda vez que fuimos, se le veía alicaido, mucho más contenido, una pena, supongo que, gracias a sus dotes especiales, sabía el futuro que le deparaba... y ahora nosotros sin poder echarnos unas risas con unas coca colas en polvo... vuelve A.P.

Lengua Negra dijo...

Nosajodío alicaido. ¡Como que estaba la mujer delante!

El Anonimo Negro dijo...

Jamas olvidare la historia que nos conto, empezaba un dia 32 de Diciembre... ya podeis imaginar como acaba.

Doctor Proctor dijo...

Ya decía yo que había un dato importante que se nos olvidaba, ¡¡El 32 de diciembre!! Cachis...

Gracias por el apunte.

Lengua Negra dijo...

Si hubiera seguido en el negocio habríamos tenido material para un blog entero: ¡Desde el Burger!

Anónimo dijo...

Menudo personaje, yo el dia segundo de los pizza crockers le veia bastante suelto pero bueno que le vaya bien alla donde este