El pasado sábado 5 de diciembre nuestro patrocinador (porque el Bunker tiene patrocinador ¿o qué se creían?), nos organizó un evento al que asistimos el señor Proctor, Doctor en Parapsicología, Bioquímica Molecular y Malevolencia, y un servidor como representantes del Bunker. Esa noche el frío se adueñó de la capital hasta un nivel en que ni siquiera los trajes termoprotectores del Doctor lograban cumplir su cometido, a lo que tenemos que sumar que el maldito sistema de pompas de jabón seguía sin expulsar nada. Mr. Mauro, también conocido como el hombre que nunca lleva el reloj en hora, volvió a llegar tarde (Inciso de Proctor: Decir que llegó tarde es ser muy benévolo...) y eso, en pleno centro de la capital, con una horda de transeúntes ávidos de puestos ambulantes y productos navideños, es un craso error. Una vez reunido este intrépido grupo de dos, intentamos alcanzar nuestra meta que era la Plaza Mayor, pero el borreguismo navideño, que había conseguido inundar la zona de compradores compulsivos, nos causó un colapso agónico gracias al cual solo conseguimos avanzar un paso cada siete minutos. Eso nos hacía plenamente conscientes de que íbamos a llegar (más) tarde a nuestro destino, lo que sumado al hecho del genio que se gasta nuestro patrocinador, hacía que la situación se pusiera más tensa por momentos... fíjense que hasta mis zapatillas comenzaron a desanudarse de puro agobio, ya me lo dijo Lengua Negra el día de mi cumpleaños mientras sostenía una botella de absenta francesa: “¡El velcro es el futuro, Picotto!”
Tras muchos empujones, codazos, insultos, pisotones y atropellos con carritos de niño, conseguimos llegar al punto de encuentro desde el que salía nuestro evento, que no les he comentado que era una visita guiada por el llamado “Madrid Tenebroso”. Pues bien, resulta que en el susodicho punto de encuentro le enseñamos nuestras entradas a una amable señorita que nos dice: “Esperad ahí al resto del grupo” y nos proporciona unas pegatinas de color fucsia a modo de identificador (una vez más el velcro habría hecho estragos). Nosotros, como buenos muchachos que somos, esperamos obedientemente hasta que otra señorita aparece y nos dice que nuestro "grupo" ya se había marchado, pero que no nos preocupemos, que gracias a un “mapa” rudimentario, pintarrajeado y manoseado que nos dio, los encontraremos. Eso sí, habrá que darse prisa o perderíamos al grupo para siempre en las laberínticas calles del Madrid antiguo. Agobiados, nos pusimos de nuevo en ruta, abriéndonos paso como luchadores de Wrestling americano entre la ingente marabunta navideña que colapsaba la Plaza Mayor. De pronto, un grito alarmado de Proctor me hace girar sobre mis talones; “He perdido la pegatina”, me dice con horror, y mira mi pecho buscando la mía, que, misteriosamente, también había desparecido... pero gracias a mis binoculares con visión nocturna (regalo de empresa), ambas pegatinas volvieron a nuestras solapas, no sin antes tener que apartar las piernas de varios transeúntes zombificados que se disponían a pisarlas. Reanudamos la marcha, pero esta vez tomando ciertas precauciones para que el incidente no volviese a suceder: Proctor, conocido por su desconfianza hacia toda mecánica alejada de la electrónica, mantuvo su mano en el pecho sujetando la pegatina cual patriota al escuchar el himno de su país. Por mi parte la mantuve pegada a mi brazo, manteniéndome durante el resto de la aventura de brazos cruzados.
Tras un rato de callejeo digno de cualquier espía internacional, unas cuantas discusiones sobre que calle tomar que fueron zanjadas por el GPS portátil del Doctor y tras encomendarnos varias veces a los dioses del azar, dimos con el grupo. Bueno, en realidad vimos a una mujer que le susurraba a un micrófono contando lo que parecía una historia de venganzas en el Madrid de los Austrias mientras un grupo de personas hacía que la escuchaba y nos acercamos a ver que pasaba. (Inciso de Proctor: Al acercarnos, obligue al bueno de Mauro a preguntar a la gente allí congregada si aquello era lo que buscábamos. Lo curioso del caso es que era imposible atisbar la voz de la chica a la que pregunto mi compañero de aventuras, pero según él le dijo que sí...). Al rato otro grupo similar al que nuestro se cruzó con nosotros, y ahí fue cuando Proctor se percató de que estábamos en el grupo equivocado, Por ello, y sin que se notara, iniciamos la maniobra de acople con el nuevo grupo. Tras esto comenzamos una ruta en la que encontramos a un actor que decía ser un tal Don Juan de Escobedo, un moribundo que reconoció abiertamente su predilección por los mancebos, cortejando a uno de los viandantes. Después encontramos un mendigo que se olía un dedo que se introducía en el ano sistemáticamente, muchas mujeres encapuchadas y lo que debía ser un travesti disfrazado de La Princesa de Eboli, que sentía una predilección especial por el eco (Inciso de Proctor: El/la muy colgado/a no paraba de insistir en que repitiéramos su nombre, y encima casi me saca a hacer el moñas delante de todo el grupo, menos mal que cazó a la incauta que estaba a mi lado) Entre tanto, me atreví a visitar un local de alimentación chino, pese a la recomendación que un día me dio Lengua Negra de no visitar nunca un lugar tan poco glamuroso. Allí me encontré con un indigente que esperaba para ser atendido pero el tiempo pasaba, Proctor me apremiaba, nuestro grupo se alejaba y nadie aparecía para atenderme. De nuevo y muy alterado, Proctor me incitaba a continuar con la marcha y yo decidí tomar “prestados” unos donuts de chocolate a cambio de un pagaré (Inciso de Proctor: “Prestados”. Seguro que luego los chinos culparon al pobre indigente...), que nuestro patrocinador se encargará de abonar en un futuro (o eso o que Dios se lo pague al tendero chino...)
El caso es que esta alocada ruta prosiguió entre el frío, más extraños personajes travestidos, donuts de chocolate gratuitos (Inciso de Mauro: eso, gratis, que tú ni moviste un dedo para alimentarnos y bien que te lo zampaste, pertinaz...) e historias tétricas para culminar en una escalinata frente a la Catedral de la Almudena en la que nos hicieron sentarnos a ver el ajusticiamiento público de Luis Candelas al que asistieron su novia despechada, el verdugo, un comentarista y la madre del reo. Tan extraño espectáculo terminó entre aplausos del público allí congregado (Inciso de Proctor: para calentarnos las manos, no se crean), dejándonos con la sensación de haber contemplado un espectáculo único. Por lo menos intentaremos repetirlo cuando haga menos frío. Y cuando patrocinador vuelva a invitarnos, claro.
Este post ha sido co-escrito con la inestimable ayuda, apuntes y tocahueveces del Doctor Proctor.
3 comentarios:
Vaya nochecita, ¡¡inolvidable!!
inolvidablemente fría,... al menos aprendimos que no se puede salir por madrid en Diciembre con una mierda chaqueta...
Me alegro de que disfrutárais de la cálida visita guiada, lástima vuestra "puntualidad", seguro que os perdisteis algo interesante...En fin, para futuros regalos incluiré el catering, así se reprimirán vuestros voraces impulsos cleptómanos
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